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Reconocerte vulnerable te hace fuerte


Si tomas entre tus manos la vara de de un árbol rígido y la doblas, se romperá fácilmente; pero si tomas una vara de bambú y aplicas la misma fuerza se doblará, porque es flexible; y volverá a su estado original cuando dejes de doblarla. ¿Cuál es más fuerte entonces? Las personas cuando nacemos somos tiernos, frágiles y vulnerables pero al crecer muchas se hacen rígidas y duras, y sólo algunas se mantienen flexibles y suaves a lo largo de su vida. Los seres humanos enfrentamos una gran ambivalencia en cuanto a vulnerabilidad y fuerza se refiere; somos la especie más capaz y al mismo tiempo la más frágil de la naturaleza. Nacemos después de 9 meses de gestación y al nacer estamos totalmente indefensos; no podemos caminar ni conseguir alimento por nuestros propios medios. Sin un adulto que nos cuide moriríamos rápidamente. Y para llegar a ser independientes todavía faltan muchos años (en el mejor de los casos unos 15, tal vez). Y al mismo tiempo somos muy poderosos, capaces de modificar el ambiente, de crear herramientas, máquinas y tecnología. Capaces de dar vida y de quitarla. No hemos logrado aún aprender a mediar con esas polaridades.


Vivimos en un mundo competitivo, donde ser fuerte, vigoroso y “luchón” es muy valorado; y mostrar debilidad, duda, dolor o temor es muy mal visto. Esto aplica sobre todo para los hombres, aunque actualmente las mujeres también han adoptado este modelo en pro de competir con los hombres en el mismo terreno. Veo a muchos padres de familia enfrascados en enseñar a sus hijos a ser exitosos a toda costa, sacrificando muchas veces la conexión afectiva con ellos. Se nos enseña a ganarnos la vida pero no se nos enseña a vivirla. Nos han dicho que la vida es una lucha y hay que ganarla. Pero luchar a diario por ser más capaces y sobresalir, ¿en realidad nos ayuda a desarrollar todo nuestro potencial? Desgraciadamente no.


Luchar te endurece. Tan solo la idea de pelear hace que tu cuerpo se tense. Poner resistencia hace que te envuelvas en una concha protectora. La lucha te separa de los demás y de ti mismo. La idea generalizada de que la vida es una lucha nace del miedo; a volver a sentirnos indefensos, a la carencia, a no conseguir el amor y la aprobación que necesitamos. Por eso luchamos. El miedo crea la ilusión de que hay enemigos, que necesitas protección. Y cuando dos personas con miedo se encuentran, todo está listo para la batalla, y entonces se arraiga la idea de que la vida es una lucha. El mundo caótico en que vivimos lo hemos creado nosotros mismos porque hemos dejado que nuestro miedo crezca. Todas las guerras, la delincuencia, las luchas por el poder, están basadas en el miedo a nuestra propia fragilidad.


Estoy convencido de que la principal causa de cáncer es la lucha interna que viven millones de personas. La enfermedad sólo es la expresión física de lo que la persona ha vivido por años. Las personas se atacan a sí mismas de muchas maneras distintas, hasta que literalmente el organismo se vuelve contra sí mismo causando su propia muerte.


Pero hay otra manera de vivir: También hay personas bien arraigadas a la vida, que son suaves, porque no tienen miedo. Personas que conservan su suavidad, su gracia, su lucidez. Para ello hay que aceptar primero que somos frágiles y poderosos al mismo tiempo, es decir, aceptarnos completos. En realidad sólo hay esta manera de vivir, porque la otra no es vivir. Fluir con la vida significa dejar de intentar controlarla y dejar que ella te guíe a ti. Significa también confiar en que la vida es buena. Y que no solo eres parte de la vida, eres la vida misma. Cuando te sientes conectado con todo, la lucha se acaba, ya no hay enemigos, porque entiendes que el daño que hagas a otros te lo estás haciendo a ti mismo.


Resulta difícil confiar porque sabes que hay otras personas que no confían y que podrían verte como enemigo o como víctima. Entonces quisieras que fueran los otros los que dieran el primer paso, pero si no lo das tú, tampoco lo dan otros y ahí quedamos atrapados. De igual manera es difícil confiar en ti mismo si no te has permitido explorar todas tus facetas, si temes a tus propias emociones, si necesitas reprimirte para mantenerte “fuerte”. La dureza y la rigidez no son fortalezas.


Imagina a un niño que está a punto de llorar porque se cayó y se raspó la rodilla. En ese momento nota la decepción en la cara de su padre y sabe que papá espera que deje de llorar de inmediato. El niño está en un doble problema; si llora decepciona a papá, y si se aguanta y gana la aceptación del padre, entonces se endurece. De cualquier manera pierde. Y en situaciones así los hijos generalmente optan por ganar la aceptación de los padres porque si la perdieran, entonces sí estarían desvalidos. Si esto ocurriera una sola vez no sería problema, pero si es algo repetitivo, el niño aprenderá a ignorar su dolor, y por ende algunas de sus necesidades afectivas. Podría crecer y volverse uno de esos adultos adictos al trabajo, que no se permiten descanso, podría ser incapaz de sentir empatía por el dolor de su esposa o de sus hijos. Cuando lo único que necesitaba de niño era un abrazo y llorar 5 minutos. Lo anterior es solo un ejemplo, y tal vez lo estoy exagerando, pero son cosas que ocurren de verdad.


Si puedes reconocer en ti tu grandeza y también tu vulnerabilidad, entonces podrás verlas en los demás. Podrás comprenderte mejor y atender tus necesidades de manera más eficiente. Podrás sentir empatía con el dolor de los demás y apoyarlos.


Cuando descubres tu debilidad la atiendes. Si la escondes, tarde o temprano la descubres. Si la reconoces, la dejas de ver como debilidad.


Te deseo una excelente semana. Y no olvides que cada jueves sale un nuevo artículo y que puedes suscribirte o dar like a la página de facebook para que te lleguen.

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