top of page

Día de muertos, una celebración de vida, Tepoztlán y su tradición del día de muertos


Al norte de Morelos, enclavado en un amplio valle aluvial rodeado de cerros que se elevan hasta 400 metros sobre el nivel de las casas, se encuentra Tepoztlán, pueblo mágico por excelencia que cuida con recelo sus tradiciones y costumbres de gran herencia cultural y milenaria. El día de muertos en Tepoztlán es una celebración en la que se rinde culto a la muerte con gran entusiasmo y misticismo. Las manifestaciones para recordar a los difuntos de Tepoztlán son ricas en colores, texturas y aromas.


El perfume inconfundible de la flor de cempaxúchitl, el copal y el incienso desbordan cada rincón del mercado de Tepoztán. Desde el 27 de octubre, en el centro del pueblo se venden chilacayotas; para las calaveras; incensarios, candelabros, platos y tazas de barro; calaveras de amaranto, chocolate y azúcar, para colocarlas en el altar de muertos y toda una variedad de frutas, dulces y semillas que serán compartidos con los difuntos del pueblo.


A partir de la media noche del 18 de octubre, en todo el pueblo se dejan oír las campanas de muertos. El replicar de las campanas anuncia la pronta llegada de nuestros seres queridos que hoy ya no se encuentran entre nosotros. Las familias del pueblo acuden al mercado a comprar las flores y ceras para la ofrenda de muertos. En la ofrenda se colocan ciruelas, tejocotes, cañas, mandarinas, chayotes, manzanas, limas, mole verde, molo rojo, tamales, tlaxcales, arroz con leche, dulce de calabaza, agua, sal, cirios, ceras, flores, papel picado y pan de muerto. Por lo regular, esta ofrenda la prepara la mujer más grandes de cada familia con ayuda de sus hijos. En la ofrenda también encontramos objetos de uso o herramientas de trabajo del difunto.


Las celebraciones del día de muertos comienzan a partir del 28 de octubre, día en el que se recuerda a quienes murieron violentamente, ya sea asesinados o víctimas de un accidente. Los días 30 y 31 de octubre se recuerda a los más pequeños, quienes fallecieron sin ser bautizados.


El día uno de noviembre se coloca un camino de pétalos de flores de cempaxúchitl que va desde el pie de la ofrenda hasta la entrada principal de la casa. En los accesos de algunas casas e incluso en las esquinas de ciertas calles; se preparan los troncos que servirán para las hogueras, que proporcionaran un poco de calor a todas las personas que visiten las calles de cada uno de los 8 barrios que conforman la cabecera municipal.


Todo está listo para recibir a los fieles difuntos. Desde las siete de la noche, del uno de noviembre, niños y jóvenes comienzan a invadir las calles, salen a pedir su calavera, las campanas no dejan de replicar, los cuetes comienzan a estallar a lo lejos. A las ocho de la noche las fogatas empiezan a arder. Los señores salen de sus casas, con su familia a repartir ponche de naranja agria a las personas que los visitan esa noche. Las casas quedan completamente solas, con las puestas bien abiertas para que entren sus muertos.


Entrada la noche, los niños pasan por las calle muy contentos con sus calaveras o esqueletos de carrizo entonando al son de la muerte: “Mi calavera tiene hambre no hay un pancito por ahí, no se lo acaben todo déjenme la mitad” o dicen con arrojo: “Una limosna para mi calavera”. Los niños corren de casa en casa para juntar suficientes dulces, algunos van disfrazados de diablitos, esqueletos o catrinas; otros simplemente cargan con su calavera de chilacayota. Los más grandes se reúnen en las hogueras y otros por su lado se congregan en la iglesia de su barrio. Todos en Tepoztlán tienen algo que hacer esa noche.


No es, sino hasta el ocho y nueve de noviembre cuando el pueblo visita el cementerio. Desde muy temprano las campanas doblan para despedir a sus muertos, las familias del pueblo van al panteón a dejar las flores y ceras. Otras personas limpian las tumbas de sus muertos para que en la tarde todos se reúnan y depositen las flores en la última morada de sus seres queridos.


La octava de muertos es como cualquier otra fiesta de Tepoztlán. A los ocho días de cada fiesta, en el pueblo se acostumbra a hacer otra, pero ahora pequeña. Esta octava de muertos es también el recordatorio de la levantada de cruz, que se hace a los ocho días de un difunto.


El nueve de noviembre por la tarde se ofrece una misa a los fieles difuntos en el panteón de Tepoztlán. Las personas cantan y lloran con sus difuntos. Unas familias llegan al campo santo con mariachi, otras por su parte llegan con una banda. Todos se reúnen para recordar a sus seres queridos. Hasta muy entrada la noche se siente con tanta vida y calor cada una de las criptas familiares. Las velas con su cálida y temblorosa luz iluminan el camino de los muertos.


En la entrada del cementerio se recolectan todas las ceras que sobraron para después fundirlas y hacer nuevas. Llegó la última hora del día de muertos. Las personas ahora aguardarán hasta el próximo años, juntos o no, para esperar nuevamente a sus seres queridos desde el más allá.


Esta emotiva conmemoración es para acompañar en familia, para convivir y compartir con las nuevas generaciones. Esta tradición llena de tan buena vibra consigue capturar las fibras emocionales de propios y extraños. Para le gente del pueblo el día de muertos es una celebración en si a la vida misma, donde se trata de tener cerca a nuestros seres queridos.

3197 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page